
Jubilada y afincada en Alicante, pasó doce años en las misiones en Angola, lo que la llevó a vivir una terrible experiencia encarcelada que casi le cuesta la vida
Isabel Mallo vive ahora su activa jubilación en Alicante entregada al voluntariado social después de una vida vinculada a la profesión de Enfermería y a su fe religiosa. Esta enfermera, matrona y monja ha llevado una vida intensa desarrollada principalmente entre las misiones en Angola y su trabajo asistencial en la localidad albaceteña de Tarazona de la Mancha. Su labor durante doce años en las misiones en el país africano la llevó incluso a estar encarcelada en una terrible cárcel en Angola donde dejó buena parte de su salud por culpa de las duras condiciones de la misma.
En esta entrevista hemos podido conocer más detalles sobre su trayectoria vital, lo que compartimos como un ejemplo de entrega y dedicación hacia los demás. Una trayectoria que el periodista Fernando López de Rego ha plasmado en el libro “Isabel, una mujer sin miedo”.
Isabel, una mujer sin miedo. ¿por qué el título del libro que recoge su biografía?
No lo sé. La editorial ha visto que era un valor grande para el libro que no haya tenido miedo en mi vida y que haya estado en una misión sin miedo.
En principio era usted reacia a que se escribiera un libro sobre su vida pero luego accedió. ¿A qué se debió ese cambio de opinión?
Mucha gente quería escribirlo, pero yo no quería, el apostolado se ha hecho y Dios me tiene bien y para mí eso era lo importante. Cambié de opinión porque Fernando me convenció. Es una persona que quiere el bien para la iglesia y que sabía que iba a hacerlo bien y me convenció.
Ha llevado usted una vida muy intensa. ¿De dónde le vino la vocación para hacer todo lo que ha hecho?
Yo quería ser misionera desde niña. Me ofrecí voluntaria para ir a Angola en una ocasión que vino el obispo de Angola a pedir vocaciones en el año 1969. Entonces no había ninguna monja allí, solo hombres. Sin embargo, al ofrecerme voluntaria, en mi congregación no me querían dejar ir, pues llevaba la cocina en la que dábamos de comer a quinientas personas y por la tarde iba al hospital de Burgos. Pero insistí y pedí por favor que me dejaran ir aunque me daba mucha pena. Después de tener el permiso me estuve preparando y aprendiendo portugués y estuve doce años de misiones. Tras eso fuimos cuatro misioneras a Angola y en la misión en la que yo estaba había cuarenta mil cristianos.
¿Cómo recuerda su trabajo en África?
Sueño todavía con ello; la situación estaba muy mal y fue empeorando hasta que al final vino la guerra en el 75. Todo el mundo me decía que cómo me iba a ir a Angola, que iba a ser la exterminación de los blancos, pero yo decía que iba de todas las maneras y que si me tocaba la muerte, pues me ha tocado.
Cuando llegué llevaba veinte toneladas de ropa, un Land Rover que había comprado con unas donaciones de dinero… Fui de Madrid a Lisboa en tren y luego a Angola en barco.
Háblenos de cómo recuerda las vivencias de la guerra en Angola.
Se estaba aproximando el año 1975 y la independencia. En aquel momento nos escribió el obispo y los curas holandeses que estaban con nosotros dijeron que se volvían a Holanda. Dijeron que dejaban la misión porque iba a ser la exterminación de los misioneros. Mis monjas dijeron que también se venían. Yo dije que no me podía a venir a España y me quedé sola, con dieciocho chicas a las que yo les hice preparación para pinchar y tomar la tensión e incluso las dejaba a ellas si había que atender un parto normal.
Cuando empezó la guerra corrí mucho peligro, pues me mataron a catequistas y luego ya me cogieron a mí y me llevaron a la cárcel. Antes de eso ya vinieron una vez y me dijeron que me iban a llevar y me iban a matar. Y ya a los cinco meses de haber empezado la guerra llegaron a mi misión. Yo pensaba que allí no iba a llegar la guerra, pues aquella gente no entiende de política y solo eran pobres, pero fueron, rodearon mi Land Rover y me dijeron “camarada que venimos a por usted” y les dije, pues aquí estoy. Me preguntaron qué estaba haciendo allí y les dije que asistiendo a una mujer que iba a dar a luz. Me dijeron también que donde vivía y les contesté que a ocho o nueve kilómetros en una misión. Entonces me acompañaron los blindados a la misión y al llegar dijeron que toda puerta que hubiera cerrada que la tirasen abajo para ver dónde tenía las armas. El primer comando pasó, pero dos meses más tarde vino otro y me metieron en una avioneta y me llevaron a la prisión en Luanda a mil y pico de kilómetros. Allí me decían que me iban a matar, que iba a tener hijos con los cubanos, y muchas barbaridades.

Debió ser una experiencia terrible la de la cárcel ¿Cómo la trataron?
En la cárcel estuve dos meses y yo era la única mujer. Todos lloraban al verme, se quitaban trozos de pantalón para limpiarme las piernas, pues tuve hemorragias, se me fue la menstruación un año entero luego; me trataron muy mal, no nos daban de comer, no teníamos camas. Cuando me sacaron no me tenía en pie.
¿Cómo consiguió salir?
Salí gracias a que el obispo encontró mi Land Rover en la capital y preguntó por el coche y le contestaron que era de una bandida que daba de comer a los enemigos a la que ya habían matado. Nadie sabía que yo estaba en la cárcel, pero el obispo investigo para que le dijeran dónde me habían enterrado para decirlo a España y a Roma. Dijo incluso que quería hablar con el presidente de la nación y lo consiguió y, al saber que estaba encarcelada, el presidente habló con la cárcel y al comprobar que estaba todavía viva pidió que me sacaran y lo consiguió. De ahí me llevaron a un avión con el que volví a Portugal, donde me recuperé.
¿Qué vino tras esa terrible vivencia?
Después volví a las misiones, pero ya de visita, hace diez años que estuve la última vez. Aquí en España ya vi a mis padres y pedí permiso a Roma para estar con ellos. En el tiempo que estuve en Soria me dediqué a ayudar a los viejitos de ocho pueblitos de alrededor. Tras la muerte de mis padres, en mi congregación me destinaron a Tarazona de la Mancha; yo no conocía Tarazona, no conocía Albacete ni conocía Alicante. Comencé a venir a Alicante en las vacaciones con unos viejitos que eran los sacristanes de donde estaba que no tenían hijos y yo les traía.
Una etapa más tranquila ¿Cómo fue la experiencia?
Como no sabía cómo podía trabajar me fui en el coche de línea a ver al director de Sanidad y le dije que era enfermera y matrona y que había venido a Tarazona de la Mancha y que quería saber cómo podía trabajar en ese pueblo. Me dijo que había llegado como caída del cielo, pues la semana anterior habían ido el alcalde con dos concejales a pedirnos una enfermera para ese pueblo, que con ocho mil habitantes solo tenía un practicante que pinchaba a la gente por las casas, así que me dijo que le ayudase con las embarazadas. Me pidió también que me presentara a los médicos y a las farmacias para que me conocieran. Y eso hice, presentarme y tomé posesión del cargo y luego vino el alcalde y dio un pregón por el pueblo.
¿A qué se debió su llegada a Alicante?
Alicante entra en escena porque los sacristanes de Tarazona tenían aquí un apartamento. La cosa es que los traía yo en las vacaciones. Unos años después decidieron vender el apartamento y me lo quedé yo y lo fui pagando poco a poco con lo que empecé a ganar cuando abandone la congregación dos años después de llegar a Tarazona. Y ya cuando me jubilé me instalé en Alicante. Lo primero que hice fue voluntariado en DASI y después en el asilo de Benalúa, al que iba sábados y domingo. Ahora voy a dos corales a cantar, he sido quince años catequista en la parroquia de San Pedro, llevo la comunión a las casas… Y ya dejando cosas porque no puedo con tanto.